domingo, 1 de marzo de 2009

.muerte una noche de Enero

Era de noche y estaba completamente encerrado en una encrucijada de vida o muerte, esa estúpida encrucijada que alguna vez en la vida le termina llegando a todo el mundo. Se sentía acorralado en la pared, en el vértice de la pared, pero no quería moverse... no vaya a ser cosa que despertara a la víctima.
La víctima en cambio (o mejor dicho, la potencial-víctima) parecía dormir plácidamente en su cama, con la cabeza apoyada en la almohada húmeda de la transpiración propia de una noche de Enero.
Era momento de decidir qué hacer. De todas formas, iba a morir: ya sea de hambre, o en su intento de alimentarse. Porque su dieta no consiste en lo que se conoce como "normal". No, el preferiría alimentarse de sangre; una elección para algunos bastante idiota y asquerosa, pero para otros placentera. Para el, por ejemplo, placentera. Pero esto iba a otro nivel que sobrepasaba el placer, esto iba directamente a la supervivencia, al no morir. Porque el se crió así, chupando a oscuras la sangre de los demás, y así lo hizo desde niño. Así lo criaron, o mejor dicho, así se crió. Porque nadie lo ayudó. Al encontrarse solo en el mundo, no hubo otra alternativa que dejarse guiar por el instinto. Ese instinto de prevalecer con el que todos nacen. Pero volvamos a lo que importa: La decisión.

Por un lado sería completamente cruel abusarse del dueño de casa, que ningún reproche le hizo por pasar la noche ahí, sin siquiera preguntarle si podía. Pero por otro lado, estaba a punto de morir. Moriría de hambre, o de viejo. Porque el ya estaba en la etapa final de su vida. No pasaría de esta noche, lo sabía perfectamente. La muerte estaba cerca, acechando en esa calurosa habitación de 4x4. ¡Y antes que morir de (o con) hambre, preferible irse con las necesidades básicas satisfechas! Despidiendo al mundo que lo vió nacer y crecer, con la actividad que mas placer le generaba: Clavar sus dientes (que eran muchos) y zambullirse de lleno sobre el cuello lleno de sangre. ¡Festín culinario, sin duda alguna!
Primero dió vueltas alrededor de la cama, como meditando por última vez si lo que iba a hacer sería lo correcto. Luego, se arrimó hacia la víctima y le dijo suavemente en el oído: "Perdón por lo que estoy a punto de hacer, pero lo necesito. Espero, sepas comprenderme". No lo despertó, por suerte. De todas formas, despierto o dormido, ese hombre sería incapaz de entenderlo; ni por mayor esfuerzo que hiciera. Ya era hora de morder.
Puso sus manos sobre el cuello (estaba mojado) y lenta pero decididamente agujereó la arteria que lo atravesaba. No había vuelta atrás, ahora era cuestión de succionar y sentir el placer de tibia sangre ajena entrando en su frío cuerpo. Y ahí estaba. Placer extremo. ¡Peligro! Movimiento: La mano de la víctima tratando de espantar eso que tanto inquietaba su sueño, por suerte se corrió justo a tiempo y el golpe solo terminó en el aire. Era un acto reflejo, por ende seguía dormido.
El principal problema de la sangre, es que después de probarla, uno siempre quiere mas. Y así fue con nuestro protagonista: Quería mas. Era insaciable. No había podido alimentarse lo suficientemente bien como para dejar de molestar durante toda la noche. Quería mas. Mas y mas. Esta vez fue un poco mas brusco y clavó sus dientes torpemente sobre el cuello de nuevo. Succionó, pero de manera desesperada, con mucha fuerza, como si estuviera famélico. Ahora si, la víctima despertó y lo sorprendió con los dientes en sus venas. Gritó de rabia y trató de pegarle. Volvió a escapar, pero no tan lejos como para desaparecer de la habitación. La luz se acababa de prender, y ahora los enemigos se enfrentaban cara a cara: El trató de salir por la puerta, pero la víctima (ahora agresor) se interpuso, obligandolo a retroceder hacia la esquina donde se encontraba inicialmente. No había salida. Iba a morir. No de hambre. No con hambre. No de viejo. Iba a morir porque estaba a punto de ser asesinado. Tal vez se lo merecía. Tal vez no. Iba a morir igual. Retrocedió hasta toparse con la pared, y fue ahí cuando el agresor alzó su brazo bien alto, y avanzó con toda la fuerza posible aplastando y destruyendo a mano abierta su cabeza; manchando así de sangre la pared. A esto le siguió el grito de victoria, como de guerra "¡Mosquito del orto!"

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