sábado, 28 de febrero de 2009

.ocho bits / lado B

Cuando JIB se subió al auto de su padre y miró por la ventanilla escapando de su hermana molesta, nunca imaginó lo que ese viaje significaría para él. JIB había partido hacia confines inesperados. En el auto sonaba la FM más cercana que después, de a poco, se iría distorsionando con el movimiento del auto.
El día en que llegaron, o sea ese mismo día, 8 horas más tarde, las sierras de Córdoba pronosticaban lluvia y la neblina cubría todo Santa Rosa de Calamuchita. Las vacaciones familiares constaban de: A, JIB el supuesto protagonista de nuestra historia; B, Delfina, su hermana unos años menor que él; C, Ernesto, el padre de ambos dos; y por último Celene, la mujer que los acompañaba con el fin de hacer de comer, lavar, limpiar, cuidar a los chicos, etcétera. Alquilaron un loft muy bonito cerca del río. Era agosto. Nadie sale de vacaciones en agosto. Fueron vacaciones de emergencia. La ferviente vehemencia de Ernesto por el trabajo había encontrado su tope en la locura así que agarro a sus pichones, a Celene y partió hacia 5 días de paz.

Desde el momento en que JIB miró por la ventana supe que tramaba algo. Tiempo después me enteraría de que pasó dos días encerrado en su casa-hotel, otros dos tratando de entablar amistades y otro (el quinto y último día) lo usaría para culminar el juego. El quinto día era el jaque mate de las vacaciones. De su misión
Pasaremos entonces, a lo que realmente me interesa: el quinto día.
JIB se levanta con una sonrisa e impaciente porque sabe que este es el día. Desayuna, se lava los dientes y pasa toda la mañana dibujando planos, mapitas, en su cuaderno. Y piensa. Esas dos horas de mañana las piensa.
Pero JIB no es un ermitaño. JIB trama algo. Almuerza y sale despacio al calor sofocante de la siesta cordobesa bajo el amparo de una gorra con las iniciales NY en color azul. Son las dos de la tarde y el sol que envuelve a JIB no es joda. La plaza del pueblo es el lugar elegido. Es el centro del pueblo. A 1 cuadra la iglesia. A 2 la heladería. A 6 el cementerio. A 4 su casa-hotel. A 5 la escuela. Sus amigos, esos que lo seguirían hasta el fin del mundo porque él en dos días había sabido ganarse su confianza, eran tres y los llamaremos así: uno, dos y tres. Los 5 entonces (JIB, Delfina, uno, dos y tres) se encontraron en la plaza desolada de tanta siesta. Hablaron bajo la sombra de un palo borracho durante un tiempo. El reloj corría. A las siete en punto se acababan sus improvisadas vacaciones.
Son las 4:23 p.m. del 17 de agosto. Ya no hace tanto calor. Es más, un par de nubes pronostican lo que vendrá. La imagen es gris, desahuciada y llena de espasmo. Tenemos 5 soldados de terracota de 12 años frente a una reja que les da la bienvenida. Con la ropa que lleva puesta bien podrían ser los Power Rangers, pero no. Son 5 soldados hechos y derechos. Los espera del otro lado del murallón de ladrillo visto, el cementerio. Un lugar donde todos los muertos generan su propia sociedad, sus propias reglas. Conviven. Sí, los muertos ahí conviven. JIB sale lo que hace. Da una recorrida y ve lápidas, pero sabe que sólo son cadáveres pudriéndose. Unos en la pared, otros en el suelo, otros en pequeñas casitas, como si fueran los muertos más afortunados, los muertos más muertos. Se impresiona con las casitas y entra a una que dice BERTRAKOS, así en mayúsculas, en letras doradas, en la entrada. Ve cómo los cadáveres lo rodean y no se inmuta siquiera. Sus amigos andan por ahí. Su hermana lo espera afuera de la casa de los Bertrakos viendo como las señoras se pasean con ramos de un lado al otro. Prestándoles atención ahora que no les hace falta. Unas llevan muchas flores de colores y otras son más francas y sumisas. Concluyó en que las flores de colores iban a parar a las casitas. Pensó que de muerta se iba a hacer una de esas casitas.
Entonces, JIB está rodeado de personas y se divierte adivinando si los cadáveres se están pudriendo solos, si ya son cenizas o si los gusanos se ocupan de ellos. Encuentra, de repente, uno que le llama la atención en especial, uno con muchas flores y agua, con fotos y pinta de recién muerto: José Imanol Bertrakos. 1798-1899 decía. 3 de enero de 1798 – 16 de agosto de 1899 decía. Su cara ahora era de espanto pero salió con calma. Al verlo Delfina lo siguió y sus amigos uno, dos y tres (que ahora lo estaban esperando) también. Pasaron por varios lugares, el panteón de niños, pasadizos, telas de arañas, montañas y montañas de crisantemos secos, un baño sucio, y, por último, el lugar prohibido, el lugar verdaderos muertos. La fosa común. El lugar donde los muertos cobraban vida. Donde la luz mala había nacido. JIB llegó poseído y se arrodilló bien al borde. Miró al cielo para no vomitar y escuchó las gotas caer sobre sus antepasados. Todos los siguieron. JIB, el mesías del grupo, pidió silencio. Y el rebaño de pastores lo acompañó. Su hermana, orgullosa, hasta sintió una muesca de pútrida alegría. Porque sí, porque nos toca a nosotros rezó JIB en un mantra que hizo eco entre los muertos. Porque nos toca a nosotros repitió el rebaño. Se quedaron así, en sus respectivos mudras, callados, alrededor de dos minutos que parecieron siglos. La llovizna nunca alcanzó a ser lluvia y paró. Vamos, dijo el mesías. Se levantó, le crujieron las piernas, se persignó y salió. Todos lo siguieron. Eran las 6. Había tiempo así que rió. Iba al frente con su escuadrón escoltándolo. Cargando la sonrisa de un gladiador después de una pelea. Salieron del cementerio. De esa sociedad de los muertos vivos. Pasaron por algunas florerías, el murallón de ladrillo visto, las rejas que dicen Q.P.D. y todo. Recién ahí se soltaron y pudieron hablar. Sacándose peso de encima.
Tenemos un dejo de caída de sol entre las nubes y las montañas. Humedad. Todos menos JIB están fuera de foco. Sus amigos de atrás de hacen señas y uno empuja a otro. ¿Y? ¿qué pediste? le pregunta mientras juega con él. JIB sonríe y escucha. La Supernintendo ¡¿qué voy a pedir?! responde el otro.

Autor: Tomás A. (invitado)

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